lunes, 25 de junio de 2012

Primer crónica de Managua


Cinco de la tarde en Managua y ni una nube negra en el cielo. Aunque es invierno el sol sigue quemando los cuerpos canelas de las gentes de esta ciudad. Cinco de la tarde en Managua y hay música en la calle, música de gente que sale del trabajo, de jóvenes que salen de la universidad, música de agua helada a un peso, música de caramelo de menta, maní con chile, churrito a un córdoba, música de pies y manos que suben a los buses como en un maremágnum de aquel que solo quiere llegar al hogar y descansar. Cinco de la tarde en Managua, he salido temprano del trabajo, y apuro el paso para llegar lo más pronto posible a la parada del seminario y esperar la ruta 114.

Estoy en la parada, las cinco y diez de la tarde, la ruta 112 hace su respectiva parada y baja un niño con una guitarra. Tal vez tendría unos trece años, quién sabe!, era delgado, blanco, con un hombro mas alto que el otro y la espalda semi encorvada. Hace mucho calor y sobre la guitarra se desliza una gota de sudor proveniente del brazo de aquel niño.

Me siento en la casetita que tiene una propaganda desdibujada del Banco Pro Credit, se ve a duras penas un cerdo rosado que anuncia las cuentas bancarias para niños. Los asientos son de cemento y tienen tierra de zapatos olvidados, de zapatos invisibles que ya no están. El niño se sienta junto a mí, parece cansado. Espero unos minutos.

Cinco y veinte: Por fin llega mi bus!, meto la mano en el bolsillo de mi pantalón apretado y subo en los nuevos buses blancos, con asientos azules y amarillos. Me siento bien al sentarme en mi asiento azul, la espera ha terminado.

El niño también ha subido conmigo pero él no se sienta. De pies al lado de una señora, casi frente a mí, acomoda su espalda al respaldar del asiento, pone firme sus pies como previniendo un frenazo y coloca la guitarra en su abdomen como si esta fuera una prolongación musical de su estómago, quizás, vacío.

Canta, el niño canta, y con cada palabra y con cada sonido suben y bajan las gentes de esta ciudad. Todos pueden escuchar la canción triste y desgarrada, canción con hambre, pero son muy pocos  los que reparan en aquel pequeño ser humano con voz potente. Avanzamos dos paradas y son ya las cinco y treinta, el niño canta: "… cuando ustedes me estén despidiendo con el último adiós de este mundo, no me lloren que nadie es eterno, nadie vuelve del sueño profundo…".

En ese momento miles de cosas pasaban por mi cabeza. ¿por qué ese niño canta una canción tan triste?, ¿por qué siendo tan pequeño llena su boca de muerte?, ¿su madre lo obligará?, ¿su padre presionará a su madre para que lo mande a la calle?, ¿serán adictos sus padres?. Tal vez con esa ranchera su público itinerante le dé un poco mas de dinero y él pueda llevarlo a su casa.

Al terminar de tocar la gente se registra los bolsillos, yo introduzco mi mano en el bolsillo de mi pantalón apretado y saco tres pesos, tres pesos que irán a parar quién sabe dónde. El niño pasa, recoge sus ganancias y se baja en la próxima parada, se sienta en una caseta de aluminio y espera a subirse en cualquier otro bus. Sobre la caseta se desliza la sombra de una valla que dice: Nicaragua la alegría de vivir en paz!. Son las cinco y cuarenta y cinco de la tarde.