Cinco de la tarde en
Managua y ni una nube negra en el cielo. Aunque es invierno el sol sigue
quemando los cuerpos canelas de las gentes de esta ciudad. Cinco de la tarde en
Managua y hay música en la calle, música de gente que sale del trabajo, de
jóvenes que salen de la universidad, música de agua helada a un peso, música de
caramelo de menta, maní con chile, churrito a un córdoba, música de pies y
manos que suben a los buses como en un maremágnum de aquel que solo quiere
llegar al hogar y descansar. Cinco de la tarde en Managua, he salido temprano
del trabajo, y apuro el paso para llegar lo más pronto posible a la parada del
seminario y esperar la ruta 114.
Estoy en la parada,
las cinco y diez de la tarde, la ruta 112 hace su respectiva parada y baja un
niño con una guitarra. Tal vez tendría unos trece años, quién sabe!, era
delgado, blanco, con un hombro mas alto que el otro y la espalda semi
encorvada. Hace mucho calor y sobre la guitarra se desliza una gota de sudor
proveniente del brazo de aquel niño.
Me siento en la
casetita que tiene una propaganda desdibujada del Banco Pro Credit, se ve a
duras penas un cerdo rosado que anuncia las cuentas bancarias para niños. Los
asientos son de cemento y tienen tierra de zapatos olvidados, de zapatos
invisibles que ya no están. El niño se sienta junto a mí, parece cansado.
Espero unos minutos.
Cinco y veinte: Por
fin llega mi bus!, meto la mano en el bolsillo de mi pantalón apretado y subo
en los nuevos buses blancos, con asientos azules y amarillos. Me siento bien al
sentarme en mi asiento azul, la espera ha terminado.
El niño también ha
subido conmigo pero él no se sienta. De pies al lado de una señora, casi frente
a mí, acomoda su espalda al respaldar del asiento, pone firme sus pies como
previniendo un frenazo y coloca la guitarra en su abdomen como si esta fuera una
prolongación musical de su estómago, quizás, vacío.
Canta, el niño
canta, y con cada palabra y con cada sonido suben y bajan las gentes de esta
ciudad. Todos pueden escuchar la canción triste y desgarrada, canción con
hambre, pero son muy pocos los que
reparan en aquel pequeño ser humano con voz potente. Avanzamos dos paradas y
son ya las cinco y treinta, el niño canta: "… cuando ustedes me estén
despidiendo con el último adiós de este mundo, no me lloren que nadie es
eterno, nadie vuelve del sueño profundo…".
En ese momento miles
de cosas pasaban por mi cabeza. ¿por qué ese niño canta una canción tan
triste?, ¿por qué siendo tan pequeño llena su boca de muerte?, ¿su madre lo
obligará?, ¿su padre presionará a su madre para que lo mande a la calle?,
¿serán adictos sus padres?. Tal vez con esa ranchera su público itinerante le
dé un poco mas de dinero y él pueda llevarlo a su casa.
Al terminar de tocar
la gente se registra los bolsillos, yo introduzco mi mano en el bolsillo de mi
pantalón apretado y saco tres pesos, tres pesos que irán a parar quién sabe
dónde. El niño pasa, recoge sus ganancias y se baja en la próxima parada, se sienta
en una caseta de aluminio y espera a subirse en cualquier otro bus. Sobre la
caseta se desliza la sombra de una valla que dice: Nicaragua la alegría de
vivir en paz!. Son las cinco y cuarenta y cinco de la tarde.
En una ocasión un hombre se subio al bus y desenvolvio un discurso que por la forma rapida y agil con lo dijo pude deducir que lo habia practica muchas veces y dicho en infinidades de ocaciones, varios le dieron monedas icluida una señora que iva al par mia, cuando se bajo el conductor dijo que ese tipo era un timador que babosos los que le dieron, entonces la señora dijo algo quizas cierto, que cuando le dio las monedas sintio paz en su espiritu y se sentia bine confortada sea donde sea fueran a parar sus reales.
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