lunes, 25 de agosto de 2014

Carta breve para hablar de una novela

(Sobre la novela Debajo de la cama de Carlos Luna Garay)



“Debajo de la cama” se postula entonces  (hasta que alguien pruebe lo contrario) como novela pionera eminentemente gay en nuestra historia novelística de 130 y tantos años, pero no definitivamente como la primera obra.
Ulises Juárez Polanco

Estimado Carlos:

Recuerdo mi primer concepto de distancia al remontarme a las clases de física en las que decían que la distancia es el espacio que hay entre un punto y otro, es el trayecto que existe entre un punto y otro. Algunos años después reelabore aquel concepto tan cerrado y frío y pienso en la distancia como el espacio vacío entre un cuerpo y otro, como el espacio que queda después de un abrazo infinito, como el espacio breve de la respiración al momento de besar los labios deseados. Y hay algo que une mi primer concepto y el que yo mismo reelaboré: el frío.

He recibido con enorme alegría la publicación de tu novela Debajo de la cama y después de algunas peripecias, que no vale la pena enumerar, la leí con enormes ansias llevándome muchas sorpresas, pues encontré en tu narración muchas identificaciones con mi vida, identificaciones que sinceramente no esperaba encontrar.

No soy un crítico literario pero de alguna u otra manera trataré de darte mis impresiones sobre tu primer gran libro. Y ya sabes que mis palabras siempre serán desde la admiración y el afecto frágil como vuelo sutil de mariposa. También recurro con gusto a esta breve carta para expresarte mis apuntes, pues conoces mi pasión por las epístolas y al menos de esta manera puedo acortar la fría distancia.

Las reseñas que he podido leer sobre tu novela señalan como una novedad el tema principal, por decirlo de alguna manera, que atraviesa dicho escrito: la homosexualidad. En este sentido siento, quizás, una breve tristeza pues hemos entrado de lleno un poco tarde a esta corriente literaria, que muchos definen como "homoliteralidad", pues en América Latina desde finales del siglo XIX hay luces diminutas que se encienden, luces que se convierten en antorchas breves durante la primera mitad del siglo XX para terminar en luces literarias destellantes en el segunda mitad.

No obstante debo decirte que me llena de esperanzas el hecho de haber llegado, de que al fin dejamos a un lado los moralismos ortodoxos y los tapujos moralizantes en la literatura. Y vos lograste vencer esto, detrás de vos todos nosotros.

Sin embargo, particularmente, no encuentro la novedad en el “tema” pues lo que creo novedoso es la representación que construís, representación de un sector de nuestro “mundo gay”, del “ambiente gay” provinciano que aún mantenemos en nuestra sociedad aunque muchos lo crean cosmopolita, casi cercano al primer mundo. Creo que en esta representación descarnada y sin tapujos reside uno de los grandes valores que tienen las 144 páginas de tu novela, valor que hace eco de nuestras voces.

Particularmente no creo en la teoría Queer, menos en su aplicación latinoamericana, pues nosotros pertenecemos a una construcción tan amplia y diversa que se enmarca en los márgenes de nuestra identidad híbrida. Identidad en constante proceso dialéctico. Por eso tampoco creo en la “homoliteralidad” pues este concepto deviene de la teoría antes mencionada, prefiero entender la valía de las cosas por sus contenidos y esencias, no por las etiquetas y las formas falsas o impuestas. ¿Acaso la “literatura gay” es menos o más polémica que la “heterosexual”?, ¿es más o menos rara?, ¿es más o menos erótica?, ¿más o menos diferente?. Estas preguntas y mi nadar “contracorriente” ameritarían otra carta.

Un resultado de esa representación sin tapujos de nuestra realidad es la crítica a las estructuras sociales en nuestro contexto, vista desde dos perspectivas: las estructuras de la heterosexualidad y las de la homosexualidad. Esto me lleva a pensar en que determinados autores pueden configurar su importancia a partir de los límites que rompen, según la medida de sus atrevimientos.[1] Alec Tiffer, protagonista de tu novela, se enfrenta contra una estructura matriarcal, esto me llamo profundamente la atención pues no se enfrenta directamente con el típico padre machista y cliché. La madre es verdaderamente el muro opositor al hijo y detrás de ella se esconde la fuerza inquebrantable de la doble moral religiosa que tanto daño nos ha causado, aunque al final a regañadientes la madre termina por entender.

Pero la segunda crítica, la que se dirige hacia la misma homosexualidad es la que realmente cobra mayor importancia para mí. Sin embargo esta crítica se hace, quizás, tan codificada desde "nuestro mundo" que es solo perceptible por quienes han atravesado este camino. Apuntas directamente a la construcción del "cochón", término que no me gusta utilizar, dejando esta imagen minimizada pues revelas la condición humana del homosexual con sus miedos y alcances. No dibujas a un hombre feminizado, pues de ese modo se ha visto al homosexual en nuestro país, y demostras también que en nuestro "mundillo" existe el peso de la discriminación que parte de nosotros mismos y se dirige hacia nosotros. Quizás la discriminación más fétida y podrida, la que más hace daño.

Por eso, vuelvo y repito, uno de los grandes valores de tu novela es guiarnos por nuestro mundo gay a través de Alec Tiffer, construirnos este mundo a través de él. Es Alec una construcción doblemente concreta, digo doblemente pues el personaje principal de tu novela se mueve en dos planos de ficción: por un lado nos encontramos con el Alec personaje literario y por el otro con el Alec escritor. Y aquí se construye lo que llamaríamos en teatro la metateatralidad, es decir la construcción de una ficción dentro de otra. ¿Acaso vos que has sido un lector apasionado de Shakespeare no hayas reproducido intuitivamente la gran tragedia que representan los comediantes ante el tío y la madre de Hamlet?, creo que vos has comprendido este recurso y dejándote guiar por la mano de Shakespeare has construido estos dos planos de ficción.

Además este Alec tiene características prototípicas de un personaje universal: un artista joven, empecinado en fumar y fumar, que se deja guiar un tanto por la droga y el amor, por el sexo, por el desorden que todos miran en el artista y por otro lado se deja guiar por el amor, por no ser diferente a los demás, por intentar llevar una vida normal, en la medida de lo posible, está construido por los contrastes y marcado por los dos planos de ficción. Es aquí donde pienso en Dulce María Loynaz que alguna vez escribiera: El hombre no es el ente sensual que quiere mostrarnos la filosofía materialista; por el contrario, aun cuando pone por delante sus sentidos, paréceme- a mí al menos- que lo hace para defender instintivamente el ánima de muchos embates y hasta para engañarla en otras muchas añoranzas que él mismo no sabría satisfacer, ni aún expresar.[2]

Pienso en Tiffer y pienso en la Morfología del Cuento Maravilloso y Vladimir Propp, lo digo simplemente por el viaje del héroe. Así veo a Alec, como un protagonista en cambio, en transición, que va acumulando peripecias hasta que logra llegar renovado a la laguna donde alguna vez fuera tan feliz. Me recuerda un tanto al maravilloso Patito Feo de Andersen, pero al patito feo poético, el de verdad, no el que venden en ediciones baratas en cualquier librería. Pienso en ese cisne, animal sexual y asexuado que contiene la simbología del falo y la flor de loto, pienso en esa laguna donde se ve reflejada su imagen y se da cuenta que después de haber sobrevivido a los patos salvajes (iguales a los brazos de Demian), al frío del invierno (igual a las constantes inhalaciones de coca y las soledades vividas por Alec), que ha sobrevivido a la mirada acuciosa de la vaca (igual a la mirada de la madre o de la tía), el patito se da cuenta que es un hermoso cisne capaz de emprender el vuelo.
Y aquí entre nos debo decirte que son tangibles las luces y las sombras de Tiffer, pues realmente no es un simple personaje que sufre, también tiene malicia. Una malicia premeditada que lo lleva a empujar a su más grande amor a salir del closet de una sola patada y desata la mano infernal de las Furias. Además Alec tiene una premisa fundamental, una tesis que defendes en toda la novela: para escribir hay que vivir.  Esto queda evidenciado al final de las 144 páginas cuando se nos revela que todo lo escrito ha sido invención del propio Tiffer.  Hay malicia en la vida del hombre, una malicia para poder sobrevivir en medio de los avatares cotidianos.  Malicia y amor como paradoja de luz y sombra que nos lleva a construir una coraza de ficciones para enfrentar el día a día.

He tomado la novela como un hijo primogénito, el hijo mayor, que representa para los padres el momento de la iniciación. El hijo primogénito que no debe temer al frío ni a la distancia, pues sabe que tendrá un padre o mejor dos, que lo cargarán en brazos, lo llenarán de puntos y comas para que se haga un párrafo fuerte, decidido, con luz propia, un hijo que no debe temer a los espacios vacíos
Sabés que me gusta la relación que hay entre el título y el contenido, pues como te dije en otro momento, lográs conexiones sutiles que son casi imperceptibles y a la vez poéticas. Lo que hay debajo de la cama se me traduce como aquello que sabemos que somos pero que en realidad no sale a la luz, se me traduce como un acertijo breve y filosófico que me recuerda nuevamente a la Loynaz que decía: (…) seguimos siendo lo que no hemos visto ni pudiéramos ver nunca, pero sigue siendo presente aunque no se perciba con los ojos, como un polvo de luz en el aire…[3]
Esta carta ya se me hace extensa y sabes que la epístola tiene su esencia en la brevedad. Para terminar podría acotar que en cierta medida me molestan los párrafos grandes, pero quizás sea por falta de costumbre. Nos hemos acostumbrado a la brevedad de párrafos, pero en vos esa extensión funciona pues la construcción sintáctica de tus oraciones es sencilla y esa longitud del párrafo no se convierte en longitud ininteligible. También señalaría los guiños de prosa poética que tenes al describir la procesión con sombrillas de colores y encima la visión de una imagen católica serenamente movida, también al final de tu escrito vuelve la poesía, por ahora son los que recuerdo o quizás los que más me han impactado. También debo decir que el final se me queda demasiado apresurado, ágil, volátil, me deja un pequeño sin sabor, pero esto es una opinión muy personal.
Por último señalaré la utilización del distanciamiento en la construcción de los nombres de los personajes, pues construís una realidad cercana de la que logramos tomar cierta distancia a través de nombres, incluso apellidos,  ajenos a nuestra realidad, al menos a la inmediata. Este tomar distancia hace que podamos ver con ojos críticos nuestro entorno.
Carlos debo terminar esta carta breve y decirte que extiendo mi abrazo fraterno desde una Managua caliente, que parece evaporarse en medio de un cielo gris que promete agua y que no cumple, una Managua con aires cosmopolita añejados. Recordá que aún me debes tu firma en mi libro, pues así definitivamente ya no habría más distancias entre esto que hoy te escribo y lo que vos escribiste para nosotros.
Un beso


[1] Espinosa Mendoza, Norge: Cuerpos de un deseo diferente. Ed. Matanzas, Matanzas, Cuba, 2012. P.78
[2] Loynaz, Dulce María: Del Día de las Artes y de las Letras, Ed. Letras cubanas, La Habana, Cuba, 2007. P.27
[3] Loynaz, Dulce María: Ibidem. p.31






miércoles, 16 de julio de 2014

Ella, la bomba y un barrio oriental.

Morirme yo? y por un bombazo?, vos estas como loco- así respondió ella, una mujer de cualquier barrio oriental de Managua. Tenía las manos raídas por los años, el cuerpo un poco desgajado por las tristezas de la vida, sin embargo conservaba en la mirada la luz del futuro.

Ahi viene el chiflido otra vez- decía ella mientras pasaba un avión,  liberaba la bomba en el aire y caía estrepitosamente sin nada que la pudiera detener. Era 16 de junio de 1979 y ella conservaba la ropa de sus hijos en un sábana envuelta como un motete. En medio de la ropa estaban, bien conservadas, las fotos de sus tres hijos, tres chavalos que se habían encausado en la lucha por la liberación.

Pues no! no me importó... la verdad nada más un poco por miedo que me los agarraran y me los mataran, pero sabes una cosa? yo no me quiero morir sin ver a ese jodido caer, sin ver a ese jodido irse, por eso a mí no me mata ni media bomba! por mis hijos te lo juro! y mejor metámonos a la zanja que ya viene la noche y empiezan los bombazos otra vez.

Rápidamente se metieron en la zanja ella y su vecino, eran los únicos que habían sobrevivido en aquellas dos manzanas, los otros vecinos habían quedado despedazados por algún estruendo fugitivo de alguna bomba fugaz.

En ese mismo momento el Congreso Nacional fue citado a una reunión de emergencia en el Salón Rubén Darío del Hotel Intercontinental, todos esperaban ansiosos las palabras del General. Ninguno de ellos podía creer que aquel día hubiera llegado.

Horas antes el General Anastasio Somoza Debayle estaba sentado frente a su escritorio en el mítico Bunker. Se sentía petrificado, no podía mover sus manos, sus piernas, la respiración apenas se movía y los ojos como gotas de plomo recorrían lentamente la planicie del escritorio.

Leía los informes de la Guardia Nacional donde explicaban brevemente la derrota en todas las ciudades del país, leía la carta de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la que explicitamente le retiraban el apoyo y lo presionaban para abandonar el poder, leía el comunicado del COSEP, las notas en los periódicos y en cada letra sentía el repudio de la gente, sentía el escupitajo de una nación, se sentía traicionado.

Sus manos destilaban sangre y sostenían su discurso final, mientras lo leía con cautela y precisión escuchaba tras sus lentes cuadrados el estruendo de las bombas al caer. Escuchaba el grito de su última táctica represiva. Al posar su vista en el punto final, pidió ser llevado hasta el Intercontinental.

Jodido! se me quedaron las paylas! traémelas por favor, es que esas me las regalo Juan, me las compró porque decía que ahí los frijoles fritos sabían mas ricos, traeme una, la redonda chiquita que tiene el agarradero de madera, esa traeme por favor - dijo ella metida en la zanja. Ya estaba todo oscuro y en la calle se respiraba silencio, mucho silencio. No habían chiflidos, ni bombas de 500 libras. Su vecino, sin mas remedio salio de la zanja con mucha cautela, pues escuchó un ruido extraño que parecía venir de la otra cuadra, entró hasta la casa, fue directo a la cocina y de pronto miró una luz que venía del patio y entraba por los hoyos de la pared.

El vecino sudó, una gota pesada empezó a recorrer su frente, tenía la payla en la mano, escuchó que alguien estaba en el patio, se dio la vuelta y lentamente comenzó a salir. Escuchó que no era una persona, eran varias, el hombre sintió el paso firme de la Guardia Nacional en el patio de aquella casa de cualquier barrio oriental de Managua, ahora sudó varias gotas pesadas que recorrieron su frente, se deslizaron por sus brazos y llegaron hasta la olla, abrió la puerta que lo conducía a la salida, a la zanja, a la calle y en ese mismo momento escuchó un estruendo de odio y metralla. Su cuerpo calló herido de muerte, la olla rodó hasta caer en la zanja y quedarse quieta, llena de sangre, a los pies de ella, que permanecía con los ojos abiertos y el motete metido en la boca.

El viaje de Somoza fue breve, pues entre el Bunker y el Inter no había mucha distancia. El General entró y de pronto al caminar por el pasillo hubo un silencio extenso de esos que no te dejan pensar, de esos silencios mortales que amontonan los pensamientos.

La gente en el Salón respiraba con nerviosismo, en sus caras se adivinaba una desgracia profunda. Las puertas se abrieron de par en par y con paso firme entró el dictador, el silencio fue roto por un estruendoso: Viva el General Somoza! Viva la Guardia Nacional!



El General Somoza Debayle estaba en el podium, las fotos y los flashes iniciaron su ataque, mientras las cámaras de video se sumaban a las miradas de todo el Congreso de Nicaragua, al fin el Hombre habló:

Honorable Congreso Nacional. Pueblo de Nicaragua:
Consultados los gobiernos que verdaderamente tienen interés en pacificar el país, he decidido acatar la disposición de la Organización de Estados Americanos y por este medio renuncio a la presidencia a la cual fui electo popularmente. Mi renuncia es irrevocable. He luchado contra el comunismo y creo que cuando salgan las verdades, me darán la razón en la Historia.

Firmado: A. Somoza, Presidente de la República de Nicaragua.


Esas fueron las últimas palabras de una dictadura que duró 43 años, la más larga de Latinoamerica. En seguida el General puso la banda presidencial al Ingeniero Luis Pallais Debayle, Presidente del Congreso Nacional, y este, al día siguiente, la colocaría en el hombro de Francisco Urcuyo Maliaño.

Sin más que hacer, ni decir, Anastasio Somoza Debayle se retiraba del Salón Rubén Darío entre abrazos y promesas de un cercano reencuentro. La pequeña cúpula lloraba la partida de su líder y temía por su futuro.

Ella sintió que amanecía, pues el sol entraba brevemente por el hoyo que tenía la zanja, vió la payla con sangre y la sujetó muy fuerte con su mano derecha, no escuchaba nada. Había pasado tantas noches metida en las entrañas de la tierra que a veces pensaba que se estaba volviendo loca, pero sus oídos no la engañaban. Salió de la zanja y vió el cuerpo de su vecino manchado de sangre y acera de barrio, a pesar de las tristezas había algo en el ambiente que le daba mucha tranquilidad.



Eran las 5: 00 a.m del 17 de julio de 1979, el dictador estaba sentado en su avión Lear Jet con destino a Homestead, Base de la Fuerza Aérea en el estado de Florida. En sus manos llenas de sangre sostenía el pasaporte No. 36072, Somoza pensaba en su regreso al país y en la estrategia mas idónea para recuperar el poder absoluto. Pensaba en una y mil maneras de cobrar su venganza.

Poco a poco las llantas del avión se movían, atrás quedaban 35,000 muertos, el gran pájaro de metal despegaba lentamente del suelo, atrás quedaban más de 100,000 refugiados, el avión gira y, desde los aires, Somoza observa por última vez el centro de la ciudad, atrás quedan los gritos y las bombas cayendo, atrás quedan los 40,000 niños y niñas refugiados, el avión se pierde entre las nubes y atrás queda un pueblo herido.

Ella estaba en el patio de su casa y las tres cruces de palo, que simulaban las tumbas de sus hijos, estaban quebradas, en el suelo habían rastros de botas militares. De pronto escuchó el ruido de un avión, pensó que vendría otro ataque, pero no hubo chiflido alguno. Esto está raro- pensó y fijando la mirada en el cielo buscó el avión y se dio cuenta que volaba alto y que no habría ningún estruendo. Tacho se fue- volvió a pensar, los ojos se le aguaron en deseos de gritar, los ojos se le aguaron en deseos de abrazar el cuerpo de sus hijos, los ojos se le aguaron en deseos de vivir.

Metió las manos en la tierra y lloró, lloró tanto que las manos se le volvieron lodo. Se fue, se fue y aquí estoy, por ustedes, por nosotros, por los que vendrán, aquí estoy- sollozaba mientras tomaba las cruces en una mano y se acomodaba el motete, con la ropa y las fotos, en la espalda. La mujer sujetó la payla en la otra mano y con mucha fuerza la golpeaba con un pedazo de cruz, con un pedazo de palo, la mujer salió del patio cargando con sus hijos, con sus ansias, con la vida, la mujer golpeaba fuerte la payla mientras decía: Tacho se fue! Tacho se fue!. La mujer caminaba por aquella cuadra de cualquier barrio oriental de Managua cargando a sus muertos y con los ojos llenos de la luz del futuro.



jueves, 26 de junio de 2014

Lluvia

Él a veces lo recordaba, recordaba su amor, sus besos, su olor a hombre al despertar, olor que quedaba en sus sábanas durante semanas y semanas. Él a veces, o casi siempre, sentía la necesidad de su abrazo, de un te quiero susurrado por sus labios, de sus ojos fijos después del orgasmo, de sus manos después del orgasmo.

A veces recordaba la primera vez que le dijo te amo y sus corazones jóvenes palpitando, recordaba la ciudad que le prometió mostrar, una ciudad art deco y lejana, una ciudad que solo existía en postales, en fotos antiguas, en la memoria de los que nunca conocerían juntos.

Aquella mañana, aquella ligera y quizás distante mañana de invierno, recordó sus besos… simplemente su boca y sus manos estrechándose en la calle de manera discreta. Él estaba solo y empujado por alguna extraña necesidad de olvido decidió ir al punto más alto de la ciudad, lugar desde donde se observa todo lo que respira en aquella pequeña geografía.

Él lo miró todo y ahí estaba su amor, repartido en tantas historias que alguna vez le contó, repartido en los edificios antiguos, en las calles modernas, en los lugares mas disimiles y raros, en los espacios que ni siquiera existían.

De pronto llovía y sintió la necesidad imperiosa del llanto, del lenguaje fugitivo del dolor. Sus lágrimas se confundían con las gotas de agua, con el ácido citadino, se confundían con sus manos, con su cabeza, con sus zapatos, todo era agua, de pronto todo era llanto. Y así la lluvia se fue deslizando hasta las aceras, hasta las llantas de los buses, hasta el asfalto por el que caminaría todos los días, su llanto y la lluvia enterraban en la ciudad aquel amor que ya no estaba, aquel amor distante que era ya como el amor de los muertos.

Él se fue deslizando con las lágrimas y con la lluvia, bajaba poco a poco, se fue deslizando como queriendo vivir, como queriendo amar, como queriendo pensar en que todo florecería en cada paso suyo, bajó hasta la ciudad que tanto amaba y dejó de llover.


Estaba ahí, de pie, parecía que no había nadie, era como una ciudad deshabitada y el sol empezaba a cubrirlo todo. Las cosas, las casas, las calles, la poca gente, todo estaba limpio y tenía otro color, todo estaba limpio pero él tenía lágrimas de cristal heridas en la mejilla empapado de tristezas, se sentía extemporáneo o quizás se sentía de otra época, de la misma ciudad pero de otra época. Esa mañana, después de la lluvia, después de enterrar el pasado, después de enterrar su amor, decidió que era tiempo de volver a vivir y caminó empapado de lluvias y de lágrimas iluminado por el sol.

domingo, 2 de marzo de 2014

Todas son las imprescindibles...


Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.
Bertolt Brecht





Hay locas que luchan un día y son buenas… locas, maricones, cochones, pájaras, mariquitas, gays, alegres, puñales, como nos llamen. Locas amaneradas que responden a prototipos sociales igual que los bugarrones, chocorrones, bisexuales, discretos, machines, men de closet. Locas peluqueras, vendedores de frutas, buhoneras, periodistas, escritoras, diseñadoras de moda, actores, trabajadores de ONG, costureras, sastres, padres-madres de familia que se apuestan el todo por el todo en la búsqueda de la construcción y aceptación de la prototípica imagen lánguida y femenina, costurada a un cuerpo de hombre.



Hay otras que luchan un año y son mejores… locas que se convierten en paradigmas estéticos y sociales, que se convierten en fachadas frágiles y enérgicas que esconden el típico macho varón masculino sediento de sexo clandestino, que se rasca las bolas en medio de la calle, que es capaz de mear en cualquier árbol de la esquina, que tiene pelo en el pecho y es capaz de escupir a grandes distancias, que no se afeita las axilas porque eso es de cochones y sobre todo es capaz de cogerse cuanto agujero se le pase por el frente, porque reusarse a una proposición de dicha índole no le es permitido.



Locas que a veces se travisten y salen a luchar la vida en las calles nocturnas de alguna ciudad necesitada de un hueco donde descargar la ira de la doble moral, un hueco que te saca la lengua de forma lasciva mientras te toca el brazo para ofertar su producto, hueco al que tal vez no le queda otra opción que mostrarse, venderse, entregarse para no sentir el vacío entre sus brazos que cada noche le quema el alma mientras camina por la acera en tacones baratos. Locas que se travisten y salen a luchar la vida en las calles nocturnas, quizás porque no les quedó otra opción.



Hay otras que luchan muchos años, y son muy buenas… que llevan años casadas con una mujer que les tiene dos tres, cuatro, cinco hijos, mujer que es amiga, hermana, madre, pero nunca amor, pues no tiene la rudeza del cuerpo masculino. Locas adolescentes a las que le cierran las pestañas en elchat.com  o en manhunt o en planetromeo, simplemente por ser locas y no estar a la altura de un macho discreto, pero nadie ve el ser humano tras la palidez femenina . Locas que toman y bailan, que bailan y toman y salen en grupo a las discotecas y no les importa lo que digan los demás en la pista, que son aguerridas y conflictivas, que no les importa mover la cintura y volverla a mover, pues la cintura misma les ha creado una coraza a punta de esquivar cuchillos, miradas, escupitajos, frases despectivas… en ese esquivar se han ganado su hombría.



Pero las hay que luchan toda la vida: esas son las imprescindibles… que sueñan con algo mas que casarse, que prefieren no ser vistas como raras avis al hablar o al estrechar sutilmente la mano de su macho discreto… locas que se cansaron de ser vistas como aves plumíferas de mil y un colores,que se cansaron de marchar un día al año con sus tacones, minifaldas y maquillajes,  que se cansaron porque deben permanecer 364 días escondidas, desesperanzadas, inconclusas. Locas que no pretenden mas que ser felices, no alegres, felices, que no pretenden mas que la anhelada realización del Ser, que no pretenden la aceptación legislativa, preferirían la aceptación del día a día, la de la calle, la de los buses, la de la gente, la de las miradas, la de los comentarios… la de la familia.



Hay locas que luchan un día y son buenas, hay otras que luchan un año y son mejores, hay otras que luchan muchos años, y son muy buenas. Pero todas luchamos toda la vida: esas son las imprescindibles.


Fotos: Disturbios de Stonewall