miércoles, 16 de julio de 2014

Ella, la bomba y un barrio oriental.

Morirme yo? y por un bombazo?, vos estas como loco- así respondió ella, una mujer de cualquier barrio oriental de Managua. Tenía las manos raídas por los años, el cuerpo un poco desgajado por las tristezas de la vida, sin embargo conservaba en la mirada la luz del futuro.

Ahi viene el chiflido otra vez- decía ella mientras pasaba un avión,  liberaba la bomba en el aire y caía estrepitosamente sin nada que la pudiera detener. Era 16 de junio de 1979 y ella conservaba la ropa de sus hijos en un sábana envuelta como un motete. En medio de la ropa estaban, bien conservadas, las fotos de sus tres hijos, tres chavalos que se habían encausado en la lucha por la liberación.

Pues no! no me importó... la verdad nada más un poco por miedo que me los agarraran y me los mataran, pero sabes una cosa? yo no me quiero morir sin ver a ese jodido caer, sin ver a ese jodido irse, por eso a mí no me mata ni media bomba! por mis hijos te lo juro! y mejor metámonos a la zanja que ya viene la noche y empiezan los bombazos otra vez.

Rápidamente se metieron en la zanja ella y su vecino, eran los únicos que habían sobrevivido en aquellas dos manzanas, los otros vecinos habían quedado despedazados por algún estruendo fugitivo de alguna bomba fugaz.

En ese mismo momento el Congreso Nacional fue citado a una reunión de emergencia en el Salón Rubén Darío del Hotel Intercontinental, todos esperaban ansiosos las palabras del General. Ninguno de ellos podía creer que aquel día hubiera llegado.

Horas antes el General Anastasio Somoza Debayle estaba sentado frente a su escritorio en el mítico Bunker. Se sentía petrificado, no podía mover sus manos, sus piernas, la respiración apenas se movía y los ojos como gotas de plomo recorrían lentamente la planicie del escritorio.

Leía los informes de la Guardia Nacional donde explicaban brevemente la derrota en todas las ciudades del país, leía la carta de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la que explicitamente le retiraban el apoyo y lo presionaban para abandonar el poder, leía el comunicado del COSEP, las notas en los periódicos y en cada letra sentía el repudio de la gente, sentía el escupitajo de una nación, se sentía traicionado.

Sus manos destilaban sangre y sostenían su discurso final, mientras lo leía con cautela y precisión escuchaba tras sus lentes cuadrados el estruendo de las bombas al caer. Escuchaba el grito de su última táctica represiva. Al posar su vista en el punto final, pidió ser llevado hasta el Intercontinental.

Jodido! se me quedaron las paylas! traémelas por favor, es que esas me las regalo Juan, me las compró porque decía que ahí los frijoles fritos sabían mas ricos, traeme una, la redonda chiquita que tiene el agarradero de madera, esa traeme por favor - dijo ella metida en la zanja. Ya estaba todo oscuro y en la calle se respiraba silencio, mucho silencio. No habían chiflidos, ni bombas de 500 libras. Su vecino, sin mas remedio salio de la zanja con mucha cautela, pues escuchó un ruido extraño que parecía venir de la otra cuadra, entró hasta la casa, fue directo a la cocina y de pronto miró una luz que venía del patio y entraba por los hoyos de la pared.

El vecino sudó, una gota pesada empezó a recorrer su frente, tenía la payla en la mano, escuchó que alguien estaba en el patio, se dio la vuelta y lentamente comenzó a salir. Escuchó que no era una persona, eran varias, el hombre sintió el paso firme de la Guardia Nacional en el patio de aquella casa de cualquier barrio oriental de Managua, ahora sudó varias gotas pesadas que recorrieron su frente, se deslizaron por sus brazos y llegaron hasta la olla, abrió la puerta que lo conducía a la salida, a la zanja, a la calle y en ese mismo momento escuchó un estruendo de odio y metralla. Su cuerpo calló herido de muerte, la olla rodó hasta caer en la zanja y quedarse quieta, llena de sangre, a los pies de ella, que permanecía con los ojos abiertos y el motete metido en la boca.

El viaje de Somoza fue breve, pues entre el Bunker y el Inter no había mucha distancia. El General entró y de pronto al caminar por el pasillo hubo un silencio extenso de esos que no te dejan pensar, de esos silencios mortales que amontonan los pensamientos.

La gente en el Salón respiraba con nerviosismo, en sus caras se adivinaba una desgracia profunda. Las puertas se abrieron de par en par y con paso firme entró el dictador, el silencio fue roto por un estruendoso: Viva el General Somoza! Viva la Guardia Nacional!



El General Somoza Debayle estaba en el podium, las fotos y los flashes iniciaron su ataque, mientras las cámaras de video se sumaban a las miradas de todo el Congreso de Nicaragua, al fin el Hombre habló:

Honorable Congreso Nacional. Pueblo de Nicaragua:
Consultados los gobiernos que verdaderamente tienen interés en pacificar el país, he decidido acatar la disposición de la Organización de Estados Americanos y por este medio renuncio a la presidencia a la cual fui electo popularmente. Mi renuncia es irrevocable. He luchado contra el comunismo y creo que cuando salgan las verdades, me darán la razón en la Historia.

Firmado: A. Somoza, Presidente de la República de Nicaragua.


Esas fueron las últimas palabras de una dictadura que duró 43 años, la más larga de Latinoamerica. En seguida el General puso la banda presidencial al Ingeniero Luis Pallais Debayle, Presidente del Congreso Nacional, y este, al día siguiente, la colocaría en el hombro de Francisco Urcuyo Maliaño.

Sin más que hacer, ni decir, Anastasio Somoza Debayle se retiraba del Salón Rubén Darío entre abrazos y promesas de un cercano reencuentro. La pequeña cúpula lloraba la partida de su líder y temía por su futuro.

Ella sintió que amanecía, pues el sol entraba brevemente por el hoyo que tenía la zanja, vió la payla con sangre y la sujetó muy fuerte con su mano derecha, no escuchaba nada. Había pasado tantas noches metida en las entrañas de la tierra que a veces pensaba que se estaba volviendo loca, pero sus oídos no la engañaban. Salió de la zanja y vió el cuerpo de su vecino manchado de sangre y acera de barrio, a pesar de las tristezas había algo en el ambiente que le daba mucha tranquilidad.



Eran las 5: 00 a.m del 17 de julio de 1979, el dictador estaba sentado en su avión Lear Jet con destino a Homestead, Base de la Fuerza Aérea en el estado de Florida. En sus manos llenas de sangre sostenía el pasaporte No. 36072, Somoza pensaba en su regreso al país y en la estrategia mas idónea para recuperar el poder absoluto. Pensaba en una y mil maneras de cobrar su venganza.

Poco a poco las llantas del avión se movían, atrás quedaban 35,000 muertos, el gran pájaro de metal despegaba lentamente del suelo, atrás quedaban más de 100,000 refugiados, el avión gira y, desde los aires, Somoza observa por última vez el centro de la ciudad, atrás quedan los gritos y las bombas cayendo, atrás quedan los 40,000 niños y niñas refugiados, el avión se pierde entre las nubes y atrás queda un pueblo herido.

Ella estaba en el patio de su casa y las tres cruces de palo, que simulaban las tumbas de sus hijos, estaban quebradas, en el suelo habían rastros de botas militares. De pronto escuchó el ruido de un avión, pensó que vendría otro ataque, pero no hubo chiflido alguno. Esto está raro- pensó y fijando la mirada en el cielo buscó el avión y se dio cuenta que volaba alto y que no habría ningún estruendo. Tacho se fue- volvió a pensar, los ojos se le aguaron en deseos de gritar, los ojos se le aguaron en deseos de abrazar el cuerpo de sus hijos, los ojos se le aguaron en deseos de vivir.

Metió las manos en la tierra y lloró, lloró tanto que las manos se le volvieron lodo. Se fue, se fue y aquí estoy, por ustedes, por nosotros, por los que vendrán, aquí estoy- sollozaba mientras tomaba las cruces en una mano y se acomodaba el motete, con la ropa y las fotos, en la espalda. La mujer sujetó la payla en la otra mano y con mucha fuerza la golpeaba con un pedazo de cruz, con un pedazo de palo, la mujer salió del patio cargando con sus hijos, con sus ansias, con la vida, la mujer golpeaba fuerte la payla mientras decía: Tacho se fue! Tacho se fue!. La mujer caminaba por aquella cuadra de cualquier barrio oriental de Managua cargando a sus muertos y con los ojos llenos de la luz del futuro.