miércoles, 16 de diciembre de 2015

Citylights



Bárbara pegó su cara pálida a los barrotes de hierro y miró a través de ellos. Automóviles pintados de verde y de amarillo, hombres afeitados  y mujeres sonrientes, pasaban muy cerca, en un claro desfile cortado a iguales tramos por el entrecruzamiento de lanzas de la reja. Al fondo estaba el mar.
Dulce María Loynaz

Nace la noche y los pájaros se acomodan en los alambres eléctricos de la ciudad. Sobre el asfalto ruedan los carros blancos, grises, rojos y azules como en una novela Loynaziana. Yo, igual que Bárbara, asomo mi cara entre los barrotes urbanos de Managua. Al fondo la cordillera de Chiltepe es iluminada por la sombra azul, morada y naranja del cielo. Está naciendo la noche y la cordillera aguarda en silencio, expectante, espera que se enciendan las luces de la ciudad. Mis ojos van rebotando sobre los letreros que anuncian el Black Friday, la nueva velocidad del internet móvil, los recetarios con más de 60 platos navideños. Me siento en una novela lírica.

De pronto, en un suspiro, se encienden las Citylights. Sobre la calle se despliegan amarillas, rojas, azules, rosadas, verdes las luces de los árboles de la vida que nos recuerdan la proyección neorevolucionaria sobre la ciudad. Está naciendo la noche y me doy cuenta que estoy en el segundo piso de Plaza Inter. Ahí con la cara pálida de loca tercermundista veo encenderse la ciudad.

Me deslizo hasta la luz del baño de HOMBRES. El letrero rojo me lleva a entrar por la puerta: a la derecha los lavamanos con espejos, a la izquierda los urinarios, frente a estos los inodoros con puertas. Y en el ambiente se dibuja el olor a desinfectante barato, orines, perfume y mierda. Estoy en una novela lírica.

Desde el espejo sucio del lavamanos se pueden ver los urinarios y los hombres de pie. Agitan sus penes discretamente, se ponen duros, erectos, infernalmente llenos de sangre. Los glandes de cualquier desconocido pueden percibirse por la mirada discreta de la loca que con su cara pálida observa la ciudad. Veo otro hombre enrollando y desenrollando el papel higiénico, como en una danza eterna que mata el tiempo y contabiliza el desfile de hombres que entran y salen del baño. Me lavo las manos lentamente mientras los hombres, de pie en el urinario, tocan sus penes infernalmente duros. 

Afuera las citylights huelen a navidad, a ofertas, a descuentos, huelen a niños en el centro comercial, a mujeres que compran en el centro comercial, a hombres que caminan en el centro comercial. Nadie supone que los tipos en el urinario han desabrochado sus pantalones y sus vellos negros, de macho, son iluminados por las luces que se reflejan en la saliva. Afuera las citylights iluminan el uniforme del cpf, de la muchacha de Claro, iluminan la barba de Santo Clos y el trineo con renos de poroplast.

Los hombres del urinario han entrado a los baños, uno al lado del otro. Ahora solo son perceptibles sus zapatos negros. Yo me voy al último urinario desde ahí todo es visible. Se sientan en el inodoro y uno coloca la mochila en el espacio vacío que deja ver sus zapatos negros. Entra al baño de HOMBRES un muchacho con uniforme de Calzados Luzma, se cepilla los dientes en el lavamanos desde donde, también, todo es perceptible. 

Disimulo mi presencia mientras estoy de pie. El muchacho Luzma se da cuenta que uno de los hombres que está dentro del baño, se agachó con el pene erecto y lo ha deslizado por la pared que lo separa de su amante desconocido. En ese momento deja de cepillar sus dientes, se mueve hasta el baño y la punta negra de su zapato rebota en la pared mientras dice: salí de ahí hijueputa cochón!. Ahora las luces se vuelven duras, la blancura de la iluminación barata parece una descarga de plomo, estoy de pie en el urinario y ya no me sale más orine. 

Las cytilights iluminan el uniforme del cpf que camina, haciendo sombras, hasta el baño de HOMBRES. Entra y mira al muchacho Luzma, este sigue con su zapato negro empujando la puerta, sigue la insistencia: salí hijueputa cochón!. El tipo de al lado sale, nervioso, pálido, como si él también hubiera pegado su cara en los barrotes urbanos de la ciudad. El cpf le estrella el puño en la cara y cae al suelo como en esas películas modernas donde los edificios colapsan. El muchacho Luzma estrella la punta negra de su zapato sobre el edificio desplomado, ahora viene la sangre que se desliza hasta los temblorosos zapatos del otro tipo que se quedó encerrado en el baño. Yo me quedo invisible, de pie, mirando. No cabe duda, estoy en una novela lírica.
El muchacho Luzma y el cpf salen del baño, el que está encerrado espera unos segundos, la sangre llega hasta sus zapatos. Abre la puerta, mira al suelo y huye. Después de él sigo yo. Las citylights iluminan mi rostro y me siento culpable, sobre mí pesan los miles que kilowatts esparcidos en el piso, sobre mí pesan las gotas de sangre del cuerpo tirado en el suelo. A mi lado pasa el tipo que limpia pisos, lleva su carrito en dirección al baño de HOMBRES.

Afuera la city moderna ilumina las huellas que voy dejando en el trayecto, mis zapatos embarrados de sangre se dirigen a la parada de buses. Tiempo después aparece el hombre del baño, su cara hinchada con rastros de sangre me hace reconocerlo. Las citylights ensombrecen su rostro. Yo tomo mi bus, él toma su bus…

miércoles, 4 de noviembre de 2015

La noche


Quiero tragar semen- pensaba mientras daba vueltas en la cama. Aquella noche él solo quería sentir el sabor del esperma disolviéndose en la boca. Estaba harto de todo y la noche caía imperiosa, negra. Caía  como esas noches que se escurren en el cielo urbano de Managua, noches tristes y pesadas como las pupilas de Dios. 

Quiero tragar semen- volvió a decirse, se levantó de la cama y fue a la televisión. Pasó el canal, pasó el canal, pasó el canal, estaba harto de ver en todos los canales la cara de Vilma Núñez recibiendo denuncias, denuncias, denuncias. Estaba harto de ver como se le llenaban las arrugas con las voces de otros. ELLA la mediadora, Miss CENIDH, ELLA hablando de dictaduras cuando lleva años sentada en la misma silla. Aquella noche estaba harto y la televisión no era una salida. 

Fue a su computadora, la abrió, el Facebook lo salvaría!. Se equivocaba. Parecía que todxs pensaban igual aquella noche, parecía que todxs se hubieran puesto de acuerdo para responder a la maldita pregunta de Facebook. Todxs hablaban de los árboles de la vida; que si son amarillos, que si son multicolor, que si gastan millones de córdobas en energía, que si con uno de esos le compramos 10 mil casas a los pobres de la tierra, que si mandamos a 10 mil niñxs a la escuela, que si con ese dinero rescatamos Bosawas, que si con ese dinero le pagamos a una médium para que le pregunte a Sandino qué está pensando?, que si con ese dinero le pagamos un crucero a la pareja presidencial y le ponemos una bomba al barco, que si con ese dinero Arnoldo y la María Fernanda se terminan de hacer sus múltiples cirugías estéticas, que si esto, que si lo otro, que si adelante, que si atrás. Aquella noche estaba harto y pensó que todxs deberían encadenarse a la fuente de la rotonda Rubén Darío, que gastaba miles de litros de agua desde que se inauguró. Aquella noche estaba tan harto que pensó que todxs deberían subir en una caravana masiva hasta la laguna de Tiscapa y llorar porque la casa del presidente Juan Bautista Sacasa se fue a la laguna en el terremoto del 72. Pensó que todxs deberían ir a la rotonda de Chávez, quitarse la ropa, fumar marihuana, poner a los Beatles o a cualquier músico que provocara la histeria colectiva. Pero eso no solucionaba su imperioso deseo.

Quiero tragar semen- pensó en hacerse un selfsucking, pero su espalda no era tan dócil como en las películas amateur del xtube. Además no le convencía la idea de tragar su propio semen, quería otro, el de cualquiera, conocido o desconocido, salado, ácido, dulce. El semen lo hacía olvidar todo. Entonces decidió vestirse e ir al cine porno pero recordó que estaba harto de la misma película, estaba harto de las tetas brillantes de Lucy, de los 12 negros que le hacían gang bang, de la leche blanca de los 12 negros sobre los pezones decolorados de las brillantes tetas de Lucy. Y del pinesol en el baño, y del chocorrón casado, y de la loquita mamona, y de la loquita jubilada, y de pagar 50 pesos, y del tufo a sajino… y de la oscuridad. Entonces abrió la puerta de su casa y salió a la calle.

Quiero tragar semen- se sentía como una loca robocop, como una anti motín sexual, solo que aquella noche no quería reprimir a nadie. Salió de su barrio y el arco en la entrada le recordaba su herencia revolucionaria: Barrio Comandante Carlos Núñez Téllez. Así quedo Carlos, estampado en la entrada principal de cualquier barrio de Managua, allí llenándose de sarro, mientras abajo aúllan de hambre los perros. El cauce arrastra toda la mierda de la ciudad y el nombre de Carlos allá arriba, como una reina de carnaval saludando a la calle. Siguió caminando y observó una pinta en la pared: NO AL CANAL. Él quería un canal, una zanja grande, llena de semen, una zanja donde cupieran todos los hombres del mundo: negros, blancos, altos, bajitos, gordos, flacos, musculosos, todos los hombres del mundo como los pobres del comunismo, los quería a todos. Siguió caminando y había llegado ya a la Residencial Las Mercedes, las casas ya eran distintas a las de su barrio. Eran las antiguas casas somocistas.

Llegó a la esquina y en la calle no había nada, no había nadie. Ni un transeúnte borracho que por unos pocos pesos se la deja mamar, ni un pandillero, ni un cpf, ni un machito casado que se desliza en la oscuridad de la noche tapándose la cara con una gorra. Ya era tarde para entrar en el baño de cualquier centro comercial y atacar la primera polla sacudida, ya era tarde. Así que decidió volver a casa. De pronto se sentía vacío, como una loca tercermundista varada en medio de los barcos fantasmas de la bahía de Chittagong. Se sentía vacía, latinoamericana, híbrida, comunista, liberal, nacionalista, perra, cochona, sucia, yegua, montonera, momia, facista, clandestina, burguesa, católica, evangélica, atea, teóloga de la liberación, mediocre, aristócrata, azul y blanco, roja, drag queen republicana, terremoteada, guerrillera, contra, basurizada, somocista, pinochetista, peronista, neoliberal, blanca, criolla, negra, Pocahontas de Disney ,indigenista, indígena, indigente. Adentro en su cama se sentía joven, mierda, nada, vacía… afuera caía espesa y negra la noche.

lunes, 10 de agosto de 2015

Sobre Operación Queer: reflexiones de una loca.



A Persona Núñez

Tal vez lo único que decir como pretensión escritural desde un cuerpo políticamente no inaugurado en nuestro continente sea el balbuceo de signos y cicatrices comunes.
Pedro Lemebel

Desde hace un par de años en Managua se organiza un evento llamado Operación Queer, evento que pretende a través del arte y la reflexión política dinamitar las nociones de género en la geografía nicaragüense. Este año me tocó vivir desde adentro algunos episodios de dicho evento, produciendome cierto sin sabor y sobre todo obligándome a la reflexión de los discursos políticos emitidos desde el pódium de Operación Queer. De mi vivencia elaboro un breve análisis que espero abone al diálogo y a la consecución de nuestras reflexiones.


  • Operación Queer: cuál es tu cochonada? Pensando las definiciones: Queer y Cochón
En el evento de este año saltan a la vista rápidamente dos conceptos: Queer y Cochón. Visiblemente utilizados como categorías epistemológicas para la producción de identidad grupal y crítica a la heteronorma. Ambos conceptos resultan complejos y polémicos, pues detrás esconden un universo simbólico que conforma la performatividad de la palabra.

Lo Queer como término, como herramienta epistemológica, nace en Estados Unidos durante los años 90. Es resultado de las acciones, luchas y empujes de los grupos que fueron marginados de la comunidad LGBT. Autonombrándose “raros” estos excluidos comenzaron a pensar sus prácticas en oposición a los activistas blancos y de clase media que se acomodaron en los aparatos políticos más ortodoxos del estado gringo. Desde entonces lo Queer funciona como utopía para repensar las performatividades del género, para pensarnos más allá del sistema binario hombre/mujer, para pensar lo que incluye y excluye, para pensar el género y la sexualidad como algo no estanco, como algo en constante movimiento[1].

Desde entonces esta teoría se ha trasplantado a América latina como discurso hegemónico y dominante para pensar nuestras prácticas sexuales y de género. En nuestro país quienes dominan el aparataje teórico sobre lo Queer constituyen un círculo excluyente, clasista y etnocentrista. Implementan las normas de lo Queer a las prácticas sexuales que se quedan al margen del binarismo heteronormado y de las formas hegemónicas de lo gay y lo lésbico. Dicho círculo se convierte en un mediador entre los subalternos (denominados muchas veces disidentes sexuales) y los estructuradores de la heteronorma, esto le quita agencia a dichos sujetos y los sigue dejando al margen, sin voz, sin acción. Operación Queer no escapa de la norma de quien tiene el poder intelectual. 

Como contrapeso a lo Queer este año se suma la palabra Cochón. La figura del cochón[2] ha sido construida desde la heteronormatividad. Los dos posibles orígenes del vocablo, tanto el posible origen indígena como el posible origen francés, utilizan la palabra de forma despectiva. Según Enrique Peña Hernández en México se usaba la palabra coyón (procedente de coyoni) y designaba al cobarde, a la persona que se corre[3]. Por otro lado encontramos la traducción de la palabra francesa cochón: cerdo. También designada para referirse al hombre sucio.

A partir de esta construcción léxica se define una construcción visual del cochón y se edifica sobre la figura de la feminización masculina, pues en nuestro contexto es únicamente cochón el hombre que muestra una performance de género feminizada. Apunta Patricio Welsh: Solo el pasivo es considerado cochón, el activo no es considerado y no se considera homosexual e incluso la experiencia puede ser asimilada como fuente de virilidad y poder[4].

A partir de esta definición reduccionista del cochón, Operación Queer trata de ampliar el significado para utilizarlo como sinónimo de disidencia sexual y de género en nuestro país. Es decir tratan de resignificar el vocablo y llevarlo a otros planos de acción  política que van más allá de lo homosexual. Tratan de llevar la “cochonada” al lugar de la “disidencia sexual” entendida esta como “hacerse aparte”, aquí se incluirían a aquellxs que se apartan de las normas del hombre, la mujer, del gay, de la lesbiana, de la feminista, del machista, etc…sin embargo esto se queda a nivel de discurso envuelto en un halo de oropel y lentejuelas, de divertimento, de risa sin politización, se queda incluso en un nivel de cúpula intelectual que excluye a los que pretende incluir.

Esto me hace pensar que dentro de Operación Queer, lo Queer como término importado y lo Cochón como término resignificado desde la teoría y no desde la práctica nicaragüense se están convirtiendo en sinónimos de poder. Al igual que en un momento de nuestra lucha lo gay se convirtió en un signo más del sistema dominante, así lo expone Pedro Lemebel:  

Lo gay se suma al poder, no lo confronta, no lo transgrede. (…) Lo gay acuña su emancipación a la sombra del “capitalismo victorioso”. Apenas respira en la horca de su corbata pero asiente y acomoda su trasero lacio en los espacios coquetos que le acomoda el sistema. Un circuito hipócrita que desclasa para configurar otra órbita más en torno al poder. [5]
Lo Queer y lo Cochón desde el escenario del evento busca posicionarse desde lugares de poder dentro del sistema nacional. Llámese Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra, Galería Códice, Universidad Centroamericana o Tabú Discoteque. Al mismo tiempo hay una necesidad de ser avalados por dichas instituciones, esto queda evidenciado con la censura a la muestra de arte del evento. Al ser censurada en el Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra la muestra se mueve hacia la Galería Códice, uno de los espacios de las artes visuales más importantes del país. Lo Queer y lo Cochón no irrumpe, ni fractura, ni transgrede, más bien se acomoda al espacio que el sistema le ofrece. 

Entonces pienso nuevamente en la postura que margina y excluye, que marca límites cuando debería ser incluyente, que erige fronteras homogenizando al grupo al que pretende dar voz, pienso en la postura que se traviste de escenario liberador y que solo entra en una nueva dinámica de poder que sigue dejando fuera a los que en sus prácticas cotidianas asumen la disidencia sexual. Me pregunto si seguimos colonizándonos a través de lo Queer o si lo cochón reivindica  la construcción ficticia de lo que somos para la heteronorma? Me pregunto si realmente estamos construyendo un discurso que se nutre de la práctica cotidiana de quienes transgreden la norma sin tan siquiera llamarse disidentes sexuales? Estamos tratando de darles voz y agencia o simplemente seguimos en el círculo de poder que se construye sobre ellxs?


  • La fiesta performática: violencia y género.
Operación Queer cerró con un evento denominado Fiesta Performática en la Discoteca Tabú (último bastión de la Managua discotequera dedicado al público de la diversidad sexual). Después de pensar un poco si iba o no al cierre del evento decidí asistir empujado por el enamoramiento y la curiosidad, pues se anunciaban un par de performances y yo estaba interesado en verlos. 

Al llegar al lugar me doy cuenta de las apropiaciones performáticas de lo Queer que algunos participantes lucían a través de sus vestuarios. Mujeres que tenían sobre el rostro barbas pintadas con lápiz negro para ojos, hombres travestidos, barbados, con faldas cortas y tacones altos, con lycras y cascos de constructores, con grandes sombreros femeninos, con maquillaje de fantasía. Podría decir que estaban travestidos con los signos con los que el discurso hegemónico heteronormado ha construido al hombre y a la mujer. Esto enmarcado en un espacio dirigido a la diversidad sexual. Si lo Queer y lo Cochón se plantea como ruptura, como puesta en crisis del discurso de poder, aquí no encuentro ese sentido político, ese acto de habla que está detrás de dichas palabras. Todo está dentro de los parámetros de la norma y más bien siento que dicha apropiación funciona como una vitrina de oropel que refuerza la ficción banal sobre lo Queer y lo Cochón. Sentí que no había realmente una democratización de los conceptos utilizados en el evento, desde dónde y cómo nos estamos apropiando de la transgresión? Estamos realmente transgrediendo? Queremos transgredir?

El lugar poco a poco se fue llenando y anunciaron los performances, ambos hechos por performerxs costarricenses invitadxs al evento. Los performances mostraban procesos violentos vividos por ambxs performers, exponían las heridas abiertas desde los cuerpos, desde las vivencias, desde los sufrimientos producidos por los mecanismos de poder sexual y de género. Al presentar los trabajos al público asistente a la discoteca me evidenció una vez más el vacío, la frivolidad y la superficialidad del mundo LGBT. Al iniciar el primer performance y cuando la performer estaba semi desnuda voces femeninas le gritaban: querés que te culee? Estas rica!- entre otras cosas. Sin contar que durante el segundo performance un performero que estaba en el público desnudó al performer que estaba en el escenario (desnudo que no era parte del performance). Ambos actos además de evidenciar lo antes expuesto, muestran niveles de violencia generados dentro de los márgenes de la “libertad”.

Luego en medio de gritos y aplausos aparecen los organizadores del evento y se interpelan con la pregunta: Cuál es tu cochonada?, por supuesto hay una diversidad de respuestas que provocan en el público la risa, la burla, la catarsis de media noche.  En ese instante pienso que la fiesta performática, el cierre de la Operación Queer, no es más que un momento para el figureo y el divismo, para jugar a la lucha de poderes y querer instaurar protagonistas dejando a un lado el NOSOTRXS  e imponiendo el YO.

  • Y entonces?
Al finalizar mis reflexiones solo quiero apuntar que apenas esto es una percepción de una loca preocupada porque realmente se construyan espacios inclusivos para pensarnos. Con estas palabras no quiero reducir a menos el trabajo de Operación Queer más bien quisiera que desde los organizadores se pensara la liminalidad del evento entre la hegemonía y la subversión. Hay una frontera casi efímera, escurridiza, que está ahí latente, visible e invisible. Por eso para finalizar me pregunto dónde está la trans que se prostituye en los mercados, en la avenida Bolívar o en los bares de mala muerte en cualquier rincón del país? Dónde está la trans que no sabe de teoría Queer pero que trans-grede la norma cotidiana? Dónde está la mujer que sobrevive al abuso sexual y tiene que vivir el día a día con la mirada acusante de la heteronorma? Dónde está el niño feminizado o la niña masculinizada que tiene que emigrar del campo a la ciudad en la búsqueda de una identidad liberadora y sólo encuentra en la ciudad una violenta imposición de poder? Dónde está la loca que no es deseada por la musculoca en la discoteca? Dónde están aquellxs que son disidentes sexuales sin tan siquiera asumirse como tal? Estamos construyendo lo Queer y lo Cochón como lugares homogéneos o heterogéneos? Realmente hay en Operación Queer una práctica disidente o solo se acomoda a los ejercicios hegemónicos de poder?



[1] Esto es apenas un esbozo de las líneas de estudio que traza la teoría Queer. Su campo de acción es mucho más amplio y enriquecedor. Pueden verse autores como Judith Butler, Teresa de Lauretis, Donna Haraway, entre otros.
[2] Acepción con la que se designa al homosexual en Nicaragua.
[3] Ver: Arellano, Jorge Eduardo: Origen del vocablo cochón, en El Nuevo Diario, 26 de julio de 2014. Versión digital.
[4] Welsh, Patricio: Un cochón es un gay? Homofobia y Patriarcado en Nicaragua, en El Nuevo Diario, 6 de julio de 2000. Versión digital.
[5] Lemebel, Pedro: Loco afán, Crónicas de sidario, Ed. Anagrama, España, 2000, p. 127

sábado, 4 de abril de 2015

Cartografía del deseo: Managua, espacios en fuga

La memoria maricola es tan frágil en el cristal de su copa vacía, su vaga historia salpica la ciudad y se evapora en la lujuria cancionera de su pentagrama transeúnte.
Pedro Lemebel

Como un punto y aparte nosotras, las locas revoloteadas en aires citadinos, hemos construido una historia paralela en esta geografía urbana. Muchas veces camufladas en la noche diseñamos nuestros propios espacios al margen de la historiografía ortodoxa de la capital: Managua. Y hemos sido espacio de convergencia silenciosa, pues nuestras propias fronteras han estado siempre abiertas a los ciudadanos que insatisfechos de su discurso heteronormado han decidido, por cinco minutos, entrar en nuestras soledades.

Así hemos construido nuestros espacios en fuga, nuestra propia ciudad inventada en medio de escombros, madrugadas, tacones baratos, hombres de una noche, hemos construido nuestros espacios en fuga a través de las divas que nunca seremos, de los besos que nunca tendremos, del pódium político al que nosotras nos hemos negado. Nos hemos fugado para construirnos a nosotras mismas.

Y disculpe querido lector o lectora si le ofende que me cambie el género y diga ELLA en vez de EL, pero acaso usted en algún momento no nos ha cambiado el Carlos por Carla, el Juan por Juana y el José por Chepita, haciendo una inflexión en la voz que remeda un gemido borroso. Solo hago la aclaración para que no me tilden de loca irreverente que transgrede los derechos de otras en una suerte de quebrantar los márgenes de la discriminación y las buenas normas ciudadanas.

No podría a ciencia cierta decir desde cuando empezamos a ser vistas en la flora citadina de la ciudad, pero en la Managua de antes del terremoto del 72 quedamos para siempre ubicadas dentro de la memoria de la “urbe” que nunca volverá a ser. Aparecimos en las cantinas más famosas del antiguo centro: “El lago de los cisnes” que fue renombrado como “El Charco de los Patos” por nuestra concurrida audiencia, nos fuimos a “La Baranda”, “El Pingüino”, “El Pez que Fuma” y en la avenida Roosevelt merodeábamos de sur a norte esperando a que algún transeúnte solicitara nuestros servicios sexuales. También fuimos buhoneras, gente de negocios, de la calle, vendedoras itinerantes que alimentaban la economía del cotidiano.

Tuvimos, en aquella Managua, mil y un nombres: La Sebastiana, conocida por vender frescos en el oriental y en la calle 15 de septiembre, conocida por sus incomparables ojos azules. La Anita del Mar que llegó a convertirse en la enfermera oficial de los barrios aledaños al Parque Bartolomé de Las Casas, con su caja de inyecciones y un pavonearse ágil. La Chanell o Chanela vendedora de perfumería y cortes de tela. La Guillermina que ocupaba una posición privilegiada al ser la administradora de “El Charco de los Patos”  o Roberto Rapaccioli dueño de la “Tortuga Morada”, bailamos en el “El Mandrake” bajo el nombre de La Reyna del Twist o como La Peruana. Hasta la dictadura somocista tenía una representación en nuestra geografía nocturna: Bernabé Somoza Urcuyo, hijo de Luis Anastasio Somoza Debayle e Isabel Urcuyo. Bernabé fungía como motor económico de muchos de nuestros negocios.

Nos fuimos construyendo nuevas identidades, travistiendo los nombres originales puestos en el seno de la familia, nos fuimos reorganizando y reagrupando bajo la cartografía de la feminización múltiple producida por ser la cara visible de la homosexualidad: El Cochón. Vino entonces el terremoto y hubo una fractura en la materialización de nuestros espacios. Digo fractura porque al final ocupamos los mismos lugares, pero ahora hechos escombros.

Nos sumamos a la efervescencia revolucionaria con nuestras espaldas empinadas hacia el futuro, aplaudiendo en las esquinas los discursos del hombre nuevo, alimentando con nuestras pestañas falsas los ideales de una opción diferente, de una opción nuestra. Algunas de nosotras pudimos insertarnos en diferentes ramas artísticas, ya no nos sentíamos las mismas marginales, ahora éramos dueñas de nuestro propio escenario. Desafiábamos la gravedad de los aplausos en cada giro, en cada actuación, en cada lienzo pintado, en cada libro publicado, fuimos copando los espacios para el arte, pues más que nadie nosotras sabemos construir ficciones para respirar el aire puro del mañana, ocupamos espacios artísticos e incluso subimos al escenario gubernamental. Entonces vino la marca del SIDA y volvimos a ocupar los lugares al margen quedando en la memoria como grandes artistas, ahora de rostro borrado en las esquinas de los hospitales.

Y cuando vino “la paz”, cuando llegó la revolución democrática como máquina arrolladora de memorias, nos recluimos en los escombros de la ciudad y en los nuevos barrios que traía el plan de urbanismo de nuestra Managua. Pero nosotras locas y cosmopolitas trasnochadas decidimos quedarnos, en buena parte, alrededor del antiguo centro. Ocupamos el escenario del antiguo cine Alcázar, que nos lo demolieron en el 94, y ahí nos pensábamos reinas como la Sara Montiel.

Casi en medio de aquel antiguo centro construyeron un faro que vendría a alumbrar nuestras noches desvalidas: El Faro de La Paz, que se convirtió en nuestra luz en medio de la oscuridad, pues nosotras y nuestros clientes nos mezclábamos en plena madrugada con el recuerdo de las armas enterradas. Aquel lugar nos sirvió de refugio, aunque aparentemente era solo un adorno en medio de todos los escombros circundantes. Un adorno que venía a materializar un ideal inalcanzable: la reconciliación.

Luego vino la nueva era, vino la tecnificación y concurrimos a las inauguraciones de nuevos centros comerciales, de nuevos espacios que nos servirían de refugio. Ya no éramos las mismas, ahora devenimos en locas jóvenes sedientas de cyber citas y encuentros casuales. Sedientas de encontrar en ese abrazo fugaz el hombre con quien compartir nuestros sueños. Y en el centro comercial ocupamos el baño como lugar de asedio, como espacio al margen donde no entran las señoras que compran todo, como espacio al margen donde la fuga se hace posible, donde el vigilante se hace el de la vista gorda y entra al juego por una mamada, el espacio en fuga donde la loquita de la secundaria se da cita con el tipo de la oficina, tipo de bigote y casado que le brinda un espacio breve a la delgada figura de su mancebo.

Y mientras en el Food Court los niños lamen sus helados, nosotras nos agachamos ágiles por la pared del baño, por la pared breve que nos separa del otro cuerpo, del otro inodoro donde nos espera sediento el brillante glande de cualquier desconocido.

También en nuestra memoria citadina hemos recurrido al cine, al arte del siglo XX, para hacer nuestra realidad un espacio más confortable. En nuestras memorias urbanas quedan para siempre inscritos el cine González, el Margot o el Salazar, nosotras habitamos y habilitamos espacios porno como lugares paralelos donde no hay fachadas, donde no hay frases hechas, ni posturas impostadas, todo es oscuridad y en la pantalla del Cine Trébol en Bello Horizonte, del Cine July en la Centroamérica o del Cine Palace de Cristo de Rey se proyectan películas en las que no importa la dirección de arte, ni la actuación de los protagonistas, de hecho ni siquiera importa la película, lo más importante para nosotras es que aquí todas somos iguales y no es inconveniente si a la salida nadie se conoce, es como que si nunca nos hubiéramos visto, todas sabemos las reglas del juego.

Entramos en ese espacio lúdico en el que estamos conscientes del placer como válvula de escape, porque aunque usted no lo crea querido lector o lectora a nosotras también se nos ha enseñado que cualquier hueco es trinchera y en medio del hedor a mierda, del incontenible olor a pinesol, del humo a cigarrillo barato y el satisfactorio olor a macho sudado nos convertimos en bestias sexuales, en máquinas sedientas del líquido blanco, del líquido puro que nos apacigua la noche.

Al rodar la película nuestras soledades se atenúan, no somos rechazadas como en el Grindr o en elchat.com por ser locas o porque se nos nota el cochonear, ahí dentro no importa. Y vamos a la captura de cualquier glande sacudido mientras la película muestra las brillantes tetas de Brittany o Sara o Lucy, vamos a la captura de la sífilis, del VIH, del herpes y es como si no nos importara, en medio de aquel lugar insalubre los gemidos producidos por el chupeteo de los labios sobre la cabeza del pene henchido de sangre son más importantes que cualquier cosa. Con ese chupeteo glande nos vamos llenando los huecos que nos ha dejado la vida, nos vamos llenando los atardeceres sin unos labios que besar, nos vamos construyendo un espacio desde nuestras mismas decisiones.

Y así transcurren nuestras vidas al margen, nuestras maneras de reinventarnos la ciudad desde otras aristas. Ahora con la nueva oleada de la lucha por los derechos del hombre y la mujer somos utilizadas como pantalla, como bandera en los incipientes desfiles del orgullo gay realizados en cualquier avenida de la ciudad, quizás ese día sea el único que nos queda para salir y gritar que “somos libres” que “tenemos derecho a la diferencia” y después nos vayamos a nuestras fronteras, mientras los organizadores del evento ocupan cargos travestis en las ONG y lucen sus camisas hollister con la gaviota tatuada en el pecho en signo de libertad o lucen sus camisas con el emblemático Polo gringo vendiendo sus culos al mejor postor, a la ideología que mejor le convenga, al donante que mejor desembolse.

Quizás sigamos de pie en la noche en el final de la Avenida Bolívar, ahí con nuestros tacones serenados a los pies del Hospital Militar , ahí luchándonos la vida en lo que fue la Avenida del Porvenir, la calle que sería sinónimo del progreso para nuestra ciudad.  Quizás nosotras mismas nos condenemos a seguir ocupando estos espacios como si el micrófono político nos fuera vetado de por vida, quizás nosotras mismas nos condenemos siempre a este margen. Tal vez nosotras las locas con tacones y lentejuela, seguiremos construyendo nuestra Managua gay, nuestros espacios en fuga.