domingo, 15 de febrero de 2015

El cochón, ese subalterno.

(…) las identidades nunca se unifican y, en los tiempos de la modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y fracturadas; nunca son singulares, sino construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a menudo cruzados o antagónicos (…)
Stuart Hall

La homosexualidad, entendida más allá de cuestiones sexuales y de género, se convierte en una construcción cultural que está en constante relación con otras prácticas y discursos sociales que muchas veces la definen. Desde mi práctica como homosexual y en el contexto nicaragüense pienso que es oportuno empezar a desarrollar una línea de pensamiento que nos ayude a encontrar puntos de unión entre la teoría y la práctica activista en nuestro territorio, esto será posible solamente cuando nosotros mismos dejemos de imitar los modelos de la dominancia heteronormada.

La figura del cochón[1] ha sido construida desde la perspectiva de la heterosexualidad. Los dos posibles orígenes del vocablo, tanto el posible origen indígena como el posible origen francés, utilizan la palabra de forma despectiva. Según Enrique Peña Hernández en México se usaba la palabra coyón (procedente de coyoni) y designaba al cobarde, a la persona que se corre[2]. Por otro lado encontramos la traducción de la palabra cochón: cerdo. También designada para referirse al hombre sucio.

A partir de esta construcción léxica se define una construcción visual del cochón y se edifica sobre la figura de la feminización masculina, pues en nuestro contexto es únicamente cochón el hombre que muestra rasgos feminizados y cuando digo rasgos hablo de manera general tanto en su comportamiento como en su fisicalidad. Apunta Patricio Welsh: Solo el pasivo es considerado cochón, el activo no es considerado y no se considera homosexual e incluso la experiencia puede ser asimilada como fuente de virilidad y poder[3].

En este sentido sumaremos tres conceptos más: Activo (el que penetra en las relaciones homosexuales), Pasivo (el que es penetrado) y versátil (el que penetra y es penetrado). En nuestro contexto popularmente se denomina activo al cochonero, pasivo al cochón y al versátil como aquel que transita en ambos carriles.

Hago esta breve introducción, pues este modo de definir la homosexualidad en nuestro país tiene un trasfondo heterosexual y reproduce su estructura. Los homosexuales por más que queramos librarnos y deslindarnos de la “famosa” y tan utilizada heteronormatividad no podemos hacerlo, pues en nuestras prácticas seguimos construyendo una estructura cultural que se acerca más a la heterosexualidad y desde el activismo teórico atacamos dicha estructura heteronormada, dibujando una supuesta contradicción que más bien reafirma y fortalece lo que negamos.

Esto coloca a la homosexualidad en nuestro país como un grupo subalterno en relación a la dominancia heterosexual, entiéndolo en este sentido: un grupo subalterno es aquel que todavía no cobra conciencia de su fuerza y posibilidades de desarrollo político y, por lo tanto, no escapa de su fase primitivista (…)[4]. Nuestras prácticas culturales se siguen pensando y haciendo desde la óptica de la dominancia, el pasivo deviene en mujer y el activo en hombre, desde todas las construcciones y roles que contienen estas dos palabras. Los homosexuales no nos estamos pensando desde nuestra misma experiencia y desde nuestros procesos culturales que están en constante relación con los procesos que nos circundan, en Nicaragua estamos aislando la teoría de la práctica.

Y este “no pensarnos desde nosotros”, nos lleva a utilizar, apropiarnos y reafirmar en la práctica los conceptos de  identidades construidas desde la estructura heteronormada. Las identidades culturales están relacionadas desde una cultura dominante y una dominada, se construye un binomio a partir de las relaciones de poder, un binomio que no puede existir sin ninguno de los dos componentes, sin ninguno de los dos polos.

El hombre ha construido una figura fuerte de sí mismo, mientras ha debilitado la figura de la mujer. El activo constituye la cara fuerte de la homosexualidad, muchos ni siquiera se denominan como tal prefieren llamarse bisexuales o discretos, en oposición el pasivo se construye como sinónimo de debilidad y además como cochón se convierte en la cara visible de la homosexualidad y por la carga de debilidad se vuelve el centro de la estigmatización y discriminación. Lo que convierte, en nuestro contexto, al pasivo en centro de descarga sexual por parte del activo e impide, debido a las otras prácticas culturales, que puedan tener una relación visible más allá del sexo.

El hombre “heterosexual” necesita de esta construcción feminizada del homosexual para marcar diferencias que siempre se construyen a través de las debilidades del segundo y exalta el dominio y poder del primero. Esta relación hombre heterosexual-hombre homosexual es una pequeña muestra de la relación entre ambas estructuras, sin embargo en la estructura gay  ocurre lo mismo pues el cochonero para diferenciarse del cochón construye el juego de la diferencia y (…) entraña un trabajo discursivo, la marcación y ratificación de límites simbólicos, la producción de “efectos de frontera[5]”.

En este sentido, desde mi experiencia, veo que los homosexuales seguimos reproduciendo en la práctica los modelos heterosexuales que tanto se atacan desde la teoría. Pienso que el sentido de nuestro activismo no radica en el análisis crítico de los procesos de la heteronormatividad, más bien hay que poner en entredicho nuestras mismas prácticas y paradigmas para dejar de ser un grupo subalterno visto desde la estructura que nos domina. El reto sería construir desde la práctica individual una identidad colectiva verdaderamente sustentada desde la teoría.




[1] Acepción con la que se designa al homosexual en Nicaragua.
[2] Ver: Arellano, Jorge Eduardo: Origen del vocablo cochón, en El Nuevo Diario, 26 de julio de 2014. Versión digital.
[3] Welsh, Patricio: Un cochón es un gay? Homofobia y Patriarcado en Nicaragua, en El Nuevo Diario, 6 de julio de 2000. Versión digital.
[4] Rodríguez, Ileana: Subalternismo. Artículo digital
[5] Hall, Stuart: Quién necesita identidad? En Cuestiones de identidad cultural, Amorrortu editores, Buenos Aires-Madrid, 1996. P.16

jueves, 5 de febrero de 2015

Managua Capital

Analizar y extraer conclusiones no servirá nunca para obtener una receta salvadora, pero será la herramienta para encontrar alternativas, para explorar nuevos senderos y dejar que broten nuevas soluciones que jamás serán las mismas, sino de otras gentes, las de los hijos del mañana.
María Dolores Ferrero Blanco

El 15 de septiembre de 1821 se proclama en Guatemala el "Acta de Independencia" acción que genera un cambio rotundo en la historia de nuestra nación. Sin embargo las pugnas intestinas entre Timbucos y Calandracas en la disputa por el poder atropellarían el proceso independentista en Nicaragua. El 28 de septiembre del mismo mes la Junta Provincial de León firma el "Acta de los Nublados". Los leoneses dirigidos por fray Nicolás García Jerez, obispo y gobernador intendente de Nicaragua, se oponían unirse a Guatemala sin embargo "la independencia de España la aceptaban en León únicamente como una necesidad impuesta por las circunstancias, pero era algo secundario, siendo lo fundamental acordar la absoluta y total independencia de Guatemala”[1]. El Coronel Crisanto Sacasa jura, en Granada, el 3 de octubre de 1821 la independencia general del Gobierno español y León se incorpora al Imperio Mexicano.

Dos años después, 1823, Nicaragua forma parte de la Unión Centroamericana, se declara independiente de México y se organiza como República Federal de Centroamérica. En esta etapa continúa la pugna entre los gobernantes criollos granadinos y leones, por consiguiente ambas ciudades se disputaban la hegemonía  del país y comenzó una suerte de turnos cíclicos capitalinos entre León y Granada. En la segunda mitad del siglo XIX los conservadores (llamados primero Timbucos y después Legitimistas) se mantuvieron por 30 años en el poder, acción a la que los liberales (llamados primero Calandracas y después Democráticos) dieron una rotunda respuesta: la contratación de William Walker.

Durante esta época exactamente el 24 de julio de 1846 Managua es elevada a ciudad por razones estratégicas, pues desde 1840 se comienzan a trasladar los poderes del estado a dicho territorio "ya para la década de 1840, Managua comienza a ser sede de algunos poderes del Estado y de dependencias gubernamentales. En La Gaceta (llamada en esa época Registro Oficial) del sábado 11 de julio de 1846 (…), José María Sandres, Senador director del Estado de Managua, con fecha 4 de julio, firmó el decreto trasladando las Cámaras de Senadores y Representantes a la Villa de Managua, igual que el Gobierno, la Contaduría Mayor de Cuentas, la Tesorería General y la Peculiar de los Supremos Poderes”[2].

En aquella época Managua tenía una vida citadina naciente, apenas estaba dejando atrás su brevísimo desarrollo de villa para dar paso a lo que sería "(…) la única ciudad de Nicaragua que se ha levantado en la era de la técnica urbanística (…)" [3] para decirlo con  palabras de Pablo Antonio Cuadra. La ciudad seguía siendo distrito de Granada, tenía como puntos límites al norte el antiguo Campo Marte (hoy explanada de Tiscapa), al sur el lago Xolotlán, al este el barrio Santo Domingo y al oeste el barrio San Sebastián, muchos vivían del cultivo en las fincas o de la pesca en el lago.

En 1851 asume Laureano Pineda la jefatura del Estado pero el 4 de agosto de dicho año el General Trinidad Muñoz le da golpe de estado, luego de una serie de sucesos asume el Senador Fulgencio Vega quien había decidido terminar de una vez con las disputas entre leoneses y granadinos, pues la ubicación de la capital nicaragüense se había convertido en todo un dilema. En el año 1832 fue León, luego paso a Managua que aún era villa, después en 1838 vuelve a León y así la Asamblea de gobierno anduvo de un lado a otro, hasta que el día 5 de febrero de 1852 el Senador Vega acuerda:

El Senador Director del Estado de Nicaragua:
Teniendo presente que la permanencia del Gobierno en esta ciudad (Granada) ha sido por el triste acontecimiento del 4 de agosto de 1851 y mientras duraban las circunstancias de entonces que éstas han desaparecido junto con la facción asilada en el cuartel de León; y considerando que la Ciudad de Santiago de Managua es el lugar de la residencia ordinaria del Gobierno, en uso de sus facultades.
DECRETA:
Arto. 1 El Poder Ejecutivo del Estado se traslada el 9 del corriente a la ciudad de Santiago de Managua como punto de su residencia.
Arto. 2 El Señor Ministro General es encargado del cumplimiento del presente decreto y de su publicación y circulación. Dado en Granada a 5 de febrero de 1852.
Fulgencio Vega[4]

De esta manera Managua queda decretada capital de Nicaragua y a partir de este momento comienza una historia de desarrollo acelerado de la ciudad, marcado por los embates de la naturaleza y los avatares de la historia. A 163 años de haber sido designada capital oficial de la República de Nicaragua, nuestra ciudad pide ser vista sin el velo de la nostalgia. 






[1] Ferrero Blanco, María Dolores: La Nicaragua de los Somoza (1936-1979), Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica de la Universidad Centroamericana IHNCA-UCA, 2012, Managua, Nicaragua. P 29

[2] Sánchez Ramírez, Roberto: El Recuerdo de Managua en la memoria de un poblano, PAVSA, 2008 P.40

[3] Cuadra, Pablo Antonio: Crítica de Arte, Colección Cultural de Centro América, Serie Pablo Antonio Cuadra Num. 9, Compilador Pedro Xavier Solís, Fundación UNO, 2005, Managua, Nicaragua. p. 55

[4] Halftermeyer, Gratus: Managua a través de la historia (1846-1946), Ed. Hospicio San Juan de Dios. p. 19