sábado, 3 de junio de 2017

El mambo nos volvía locas


Pensar el mundo musical de América Latina es pensar en las mezclas culturales. De ellas surgen ritmos que se nos fueron metiendo en el cuerpo como parte indisoluble de nuestra genética. A finales de los años 40 surge con fuerza en América Latina uno de los géneros musicales más importantes del mundo: el mambo. Cuba es el lugar de origen y México el espacio desde donde irradia.

Este ritmo hacía movernos como si tuviéramos el diablo en el cuerpo. Los jóvenes de los años 50 con el cabello engominado bailaban al ritmo de la orquesta inmortal del maestro Pérez Prado, cubano radicado en México que llevaría a otros niveles estilísticos el tejido musical de aquellos sonidos con origen afrodescendiente. 

El mambo nos volvía locas y en la pista de baile dábamos rienda suelta a nuestros instintos mucho antes de descubrir el rock and roll. El mambo nos volvía locas y en Managua los casinos empezaban a llenarse con aquella música eufórica orquestada con trompetas, pianos, flautas y congas. El mambo nos volvía locas.

En el Casino Copacabana, mejor conocido como el “Casino de la Playa”, un show de bailarinas cubanas hacía retumbar el edificio construido sobre el lago Xolotlán. Aquel suceso marcó la historia de nuestra geografía capitalina, pues se anunciaba como suceso atractivo ante los ojos poblanos de los capitalinos. Las locas en “El pez que fuma” movíamos las caderas como si no hubiera un mañana, el espacio underground de Managua también se contagiaba: ¡mmmmaaaaaaammmmmmmbbbbboooooo! ¡Ju!

El Casino Olímpico, El Versalles y el Monte Carlo también seducían a la clientela con el “uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho…” y al unísono todo parecía detenerse y en la pista de baile, con el diablo metido en el cuerpo, hombres y mujeres se estremecían. Y el cine exhibía las películas del “cine de oro mexicano” en las que había una escena obligatoria que mostraba las curvas cabareteras del mundo nocturno de la ciudad moderna. Los Managuas se dejaban llevar por el encanto modernizante de las películas blanco y negro.

La ciudad de León no se quedaba atrás. El virus del mambo hacia desempolvar su aire liberal decimonónico. La noche del 21 de septiembre de 1956 la Casa del Obrero de aquella ciudad daría inicio la campaña presidencial de Anastasio Somoza García. La convención del Partido Liberal Nacionalista lo elegiría como candidato a presidente. Aquella fiesta era amenizada por la Occidental Jazz que escogió una lista de mambos para que “El Hombre” se luciera en la pista.

Unas horas antes Pascual Rigoberto López Pérez se despedía de su amante Rafael Corrales. Imaginémoslos dándose un último abrazo secreto, un abrazo que nadie podía conocer pues en aquella época ser homosexual en Nicaragua era sinónimo de crimen. Pensemos a Rigoberto besando a su amante, el último beso que le daría al dueño del diario “El Cronista” y protegido de la familia Debayle Sacasa. Pensemos a Corrales agobiado por un presentimiento mortal, con la garganta anudada, con las manos frías como sabiendo que la muerte se llevaría a su poeta.

“Camisa clara, pantalón oscuro: maricón seguro” versa un dicho popular.
Así vestía Rigoberto aquella noche en que se había reunido lo más selecto del liberalismo leonés en la Casa del Obrero. Como con el diablo metido en el cuerpo el joven poeta se movía en medio de los invitados. Con una serenidad sepulcral, un silencio profundo que lo caracterizaba, la mirada puesta en el futuro pero sabiendo que esa noche besaría a la muerte.

El Hombre saltó de la silla y habló a la orquesta: ¡Muchachos tóquense un mambo!- la Occidental Jazz sonó las tumbadoras, de pronto la frase “caballo negro, caballo negro” era repetida una y otra vez, las trompetas se sumaron a la eclosión del sonido. El mambo nos volvía locas y El Hombre Fuerte no era la excepción, acompañado de la novia de la Casa del Obrero movía las piernas mientras la orquesta decía “caballo negro tú tienes la cola blanca, tú tienes la cola, cola”. El General bailaba su último mambo, mientras Corrales hablaba con algún asistente y el poeta trataba de pasar desapercibido en la multitud.

Una vez sentado el futuro candidato del Partido Liberal Nacionalista recibía saludos y buenos deseos de los invitados. La música parecía volver locos a todos los asistentes, eran las nueve de la noche y Rigoberto se acercó a la mesa con su camisa clara y su pantalón oscuro, se agachó y detonó su arma que escupía todo el odio de un cuerpo criminalizado sobre la gordura fétida de Somoza. Cinco balas número 74605 se introdujeron en el dictador nicaragüense mientras un agente de la Guardia Nacional le daba un culatazo al poeta, mientras Corrales dejaba caer su vaso sobre el suelo ante aquel suceso. 54 balazos desfiguraron el cuerpo de Rigoberto. Otros muchachos que formaban parte del complot fueron detenidos.

El cadáver fue llevado a la estación de la Guardia y se llamó a Corrales para que reconociera el cuerpo sin vida del poeta López Pérez. El llanto incontenible y el secreto a voces de su romance provocaron el encarcelamiento del dueño de “El Cronista”. Un tiempo después moriría en la cárcel a causa de las torturas anales que los G.N le harían. Sin dudas el mambo nos volvía locas y en esa locura frenética construimos nuestra propia revolución dando la vida con el diablo metido en el cuerpo. Los homosexuales fuimos capaces de matar dictadores mientras el mambo nos volvía locas.


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